Páginas

viernes, 9 de noviembre de 2012

Bendita inocencia

Con la que está cayendo, uno tiene tiempo y motivos para darle vueltas a todo. Ya no son sólo las noticias, sino lo que se ve a pie de calle, lo que hace que reflexiones y vivas en persona el drama del vecino.
 
Uno se pone a pensar cosas como que, de pequeños, nuestros padres deberían decirnos algo así como:
 
"Recuerda lo que te voy a decir, hijo mío: Nunca pierdas tu inocencia. Por mayor que te hagas, por muchas cosas que te pasen, recuerda siempre guardar un poquito de candidez dentro de ti. Tienes que ser fuerte y maduro, claro que sí, pero si mantienes un poquito de ingenuidad en tu forma de ser, sólo un poquito, este será un grandioso arma para el futuro, pues te servirá para sobrevivir a la durísima vida real".
 
 
El otro día, leía en el blog de Daniel Díaz un artículo que hablaba precisamente de esto. Su blog es Ni libre ni ocupado, quede ahí mi recomendación. La historia, cortita, habla de lo sencilla que puede ser la vida a través de los ojos de una niña de ocho años. Espectacular, de verdad. Para mí significó tanto que no me hizo falta ni un segundo para determinar que tenía que escribir una entrada sobre este tema, que siempre da tanto juego en la literatura.
 
Sin ir más lejos, mi enano, mi bicho, fue quien hace poco me dio buena cuenta de su inocencia cuando una mañana, al salir de casa de camino al cole, vio un grupo de señoras mayores sentadas en un banco. Unas llevaban su carrito de tela, otras tenían preparadas algunas bolsas de rafia. Esa imagen se repetiría mañana tras mañana, alrededor de las ocho y media, con el parque cerrado y los negocios por abrir. Un día, de aquellos tantos en que de camino al coche comentábamos la presencia de aquel nutrido grupo de señoras, el pequeñajo me soltó "Hoy, las guardianas del parque, son más".
 
Por una parte, le explicarías que no. Que en realidad, esas señoras jubiladas esperan a que el mozo del Eroski tire al contenedor los alimentos sobrantes, que no van a vender. Que hoy son más que ayer porque las cosas van cada vez a peor y que ha de sentirse privilegiado por un montón de cosas. Deberías hacerlo porque, de seguir así todo, necesitará que alguien le explique lo dura que es la vida de las personas que no son tan afortunadas como él. Sin embargo, te reprimes. Y lo haces porque te emociona ver por un instante la vida a través de sus ojos, lo bonito que debe ser tener esa inocencia, esa despreocupación.
 
Lo que haces, en realidad, es sonreír y recordar lo cruel que se hace la vida cuando creces y lo poco que dura esa indolencia. Sonríes y, como de costumbre, piensas: "Quién fuera niño".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.